lunes, 4 de junio de 2012

Osucidad, solo hay oscuridad.

Es una noche como otra cualquiera, pero algo entumecía todo mi cuerpo dejándome sin apenas aire al que agarrarme para respirar. Uno de esos momentos en los que sientes que pase lo que pase nada podrá sacarte de la tremenda oscuridad en donde te has metido. No tienes ganas de nada, ni siquiera de pensar pero por más que intentas evitarlo aparece en tu mente una y otra vez. Momentos por los que seguramente pasarás noches en vela, que te desgarrarán el alma y te dejarán sin fuerzas aparecen una y otra vez como una pelicula de miedo. 
Sabes que es lo que más te importa en esos momentos, cosas que no puedes tener pero que en realidad las necesitas más que a nada en el mundo.
Pero ahora mismo estaba sumida en mi propio averno viendo como mis objetivos se alejaban cada vez más de mi con una risa macábra pensando que seguramente núnca lo volvería a ver. Sentimientos a flor de piel más una mente perturbada por el pasado hacen que busque una explicación a todas las preguntas que rondan por tu mente. Aún sabiendo que lo que piensas no puede ser real lo sientes como si lo fuera haciendote pensar que eres el ser más despreciable que ha existido. Mi nombre es Ellen, y esta es mi historia.






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17 de Marzo de 1776. Piemonte, Italia.


El sonido de los pájaros me había despertado como solía pasar cada mañana desde que tenía uso de razón, era como un día cualquiera lleno de un montón de cosas por hacer acompañada por la rutina. Después de haberme aseado, había ayudado a mi hermana pequeña Clara a vestirse y que se tomara el desayuno de avena como solía hacer para después dirigirme a la panadería que poseían mis padres con la intención de ayudarles como siempre. Por el camino seguía escuchando los rumores que la gente iba contando sin tón ni son en cada esquina sobre la nueva familia que se había instalado en lo alto de la colina. Una casa señorial se vislumbraba desde cualquier punto del pueblo luciendo imponente sobre culquier otra haciendo que las demás quedaran ridículas a su lado, ese era el nuevo hogar de la adinerada familia que tanto revuelo causaba en el pequeño pueblo. Miles de conjeturas salian de las bocas de todos los pueblerinos despertando en todos, menos en mi, un interés desmesurado desde mi punto de vista. ¿Qué mas daba quienes fueran los miembros de esa familia? Seguramente nosotros no les importaramos más que los nombres de sus pobres criados como solía pasar con ese tipo de gente. 
Según fue pasando el día y después de haber tenido que soportar con fingido interés lo que mis vecinos me contaban pude ir enterandome de muchas cosas sobre la popular familia. Constaba de 4 miembros, un matrimonio ya entrado en años y que todavía desconocía sus nombres, y sus dos hijos gemelos. Estos dos últimos eran el principal tema de conversación para las muchachas que estaban en poder de merecer pues al parecer era realmente apuestos, bastante altos con el pelo de un negro azabache que les llegaba a la altura de los hombros y unos ojos verdes realmente alentadores. Era cierto que núnca me había sentido atraída por ningún chico del pueblo pero siempre había pensado que demasiadas cosas importantes poblaban el mundo como para preocuparme por eso. No podía negar que la curiosidad de ver todo lo que la gente me había mencionado era superior a mis fuerzas como supongo que le pasará a todo ser humano, pero tampoco iba a hacer nada para comprobar si er cierto o no.


A la hora de la comida cerré la tienda asegurandome de que todo estubiera en orden como solía hacer y emprendí el camino a casa mientras el estómago me rugía imaginando que habría preparado mi madre de almuerzo. Pero lo que no podía esperar era lo que pasaría cuando llegara, mi padre estaba serio sentado en el gran comedor fumando de su pipa mientras esperaba mi llegada. Nada más observar su rostro pude ver que algo se avecinaba y estaba segura de que no era bueno para mi. Haciendome un gesto me indicó que me sentara en la butaca que estaba justo en frente de la suya mientras esbozaba una sonrisa que no era real, podía verlo en sus ojos pues la alegría no llegaba a ellos. Desde siempre había sabido reconocer cuando una persona mentía o simplemente ocultaba algo, en la familia solian llamarme la pequeña mentirosa pues estaban seguros de que si sabía todo eso era por que se me daba muy bien mentir. Me acerqué a la butaca y me senté apoyando toda la espalda en el respaldo con las manos cruzadas encima de las piernas, esperando. Antua, pues asi se llamaba mi padre, soltó una gran humareda por la boca mientras paladeaba el sabor del tabaco y se irguió en su asiento para tenerme más cerca.


-Te desposarás con uno de esos hermanos de los que tanto se habla, su padre está de acuerdo y nada de lo que digas podrá hacerme cambiar de opinión, ¿me has oído?.- Sus palabras fueron como un puñal que se clavaba en lo más profundo de mi ser, no era normal que mi padre me tratara de ese modo y mucho menos que me obligara a hacer algo que sabía que no quería, eso me dió que pensar que sus palabras ocultaban algo más que no quería que supira y mirandole a los ojos supe que era verdad.
-No pienso hacerlo, padre. Sabe que núnca he buscado eso, solo quiero afanarme en mis libros y mis asuntos, ya tendré tiempo de eso más adelante.- Hice el gesto de levantarme dando por concluida la conversación pero como era de esperar eso no iba a suceder. Alargando una mano me agarró por el brazo con demasiada fuerza haciendome retrocer y dejandome caer de nuevo en la butaca, su mirada estaba seria y triste a la vez que parecía que me suplicaba perdón con la mirada.
-Ellen no es una petición es una orden, se trata de una buena familia y han mostrado un interés extraordinario en que seas tú la que se case con uno de sus hijos. ¿Sabes el bien que eso haría al negocio, a nuestro nombre?- Le temblaba el bigote y una gota de sudor resbalaba desde su sien hasta llegar a la mejilla, no me dió apenas tiempo para que pudiera responder seguía con la mirada seria y cansada clavada en mi intentando poner autoridad. -El enlace será dentro de un mes exactamente les preocupa que te hagas demasiado mayor como para no poder darles descendencia. Ahora ve a la cocina, ayuda a tu madre y después vuelve a la tienda.-


Cuando entré en la cocina y vi el rostro de mi madre supe enseguida que había estado llorando, se cubrió el rostro con un paño y me hizo un gesto diciendome que no digera nada. Sabía que lo estaba pasando mal pero como siempre solía pasar la mujer no tenía ni voz ni voto y mucho menos en cosas así. La comida transcurrió en silencio pues nadie tenía ganas de mediar palabra, se acaba de romper una familia y todo el mundo se había dado cuenta, incluso la pequeña Clara no jugaba con la comida como solía hacer siempre, nos miraba preocupada pero sin decir nada. Intentando tranquilizarla un poco hice que una sonrisa apareciera en mi rostro pero era demasiado lista, sabía que algo pasaba y agachó la mirada. Nada más terminar de comer recogí la mesa y fregué los platos para luego dirigirme a la panadería de nuevo. Esta vez no hacia caso a las cosas que la gente pudiera ir diciendo no me interesaba lo más mínimo ensimismada en mis pensamientos y en lo que acaba de suceder. No recuerdo ni como llegué a la tienda ni el transcurso de la tarde pues las palabras de mi padre resonaban como bombas en mi mente haciendo imposible que pensara en nada más. Solo me dí cuenta de que ya era demasiado tarde y de que debía volver a casa cuando escuché pasar a los caballos de la guardia por delante de la tienda, al levantar la mirada pude ver que había oscurecido y ni un alma habitaba las calles. Me dí la vuelta para recoger mis cosas cuando la campana de encima de la puerta que avisaba de que un nuevo cliente había entrado repicó rompiendo el silencio.  
-Lo siento pero está cerrado...- Las palabras salieron de mi boca mientras me giraba hacia la persona que acaba de entrar. Me quedé deslumbrada al ver un apuesto jóven mirandome directamente con unos ojos grises como el cielo cuando se avecina la tormenta. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero desde la espina dorsal haciendo que todo el bello de mi cuerpo se erizara mientras sentía como mis mejillas se llenaban de sangre caliente volviendolas de un color rojo brillante. Era la persona más apuesta, elegante y con buen porte que había visto en mi vida; echándole un vistazo rápido pude ver que tenía unos dientes perfectamente alineados y blancos como la cal y unos rasgos que dejarían atrás a los del principe más apuesto de los cuentos. Su ropa era demasiado elegante, impoluta, como si se tratara realmente de alguien que pertence a la realeza. Sin darme tiempo a nada más el jóven esbozó una sonrisa y habló con una voz dulce y melodiosa.
-Mi nombre es Mateus, es un placer conocerla señorita. Pero no busco nada de lo que esta tienda me pueda ofrecer...- Me encontraba como hipnotizada ante su presencia con el corazón latiendome a mil revoluciones por minuto, cerré los ojos tan solo un segundo intentando relajarme, sus ojos se habían quedado grabados en mi retina y todavía podía verlos con claridad. Pero cuando los abrí ya no se encontraba donde estaba antes, estaba a menos de un palmo de mi, sentía su repiración y su aliento en mi cara. Caulquier persona en su sano juicio hubiera gritado, corrido o incluso le hubiera asestado un golpe, pero mi cuerpo no reaccionaba y mi cerebro no parecía estar en su lugar.
Ensanchando la sonrisa se acercó a mi mientras pude ver como unos afilados colmillos asomaban de su boca, con un movimiento demasiado rápido me agarró entre sus brazos inmovilizandome y acercó su boca a mi cuello lentamente sin que yo pudiera evitarlo. Sus labios fríos rozaron con mi piel como si se tratara de un dulce beso pero justo depués sentí como una punzada de dolor me nublaba la mente mientras ese ser se apoderaba de mi cuerpo sumergiendome en la mas terrible ocuridad.